sábado, 30 de julio de 2011

El reino de las vagalumens

La llegada a la Cascada La Velha difícilmente hubiera podido ser mas mágica.


El camino nos había dejado bastante claro que sus tiempos eran diferentes, así que cuando nos encontramos frente al arrollador caudal del Río Novo, la noche ya era un manto de estrellas.




La luna llena bañaba de plata todo alrededor y confería al entorno la esencia de los sueños donde  cada sombra  era un personaje.


El rumor del agua era el guía perfecto, señalando la dirección con la tenacidad de lo eterno, con la indulgente paciencia del sabio que valora el camino casi tanto como el destino.


Diminutos puntos de luz participaban de la noche con un ritmo propio, en una coreografía de cuerpos suspendidos. 


"Luciérnagas", medio grité y me emocionó la sencillez de la bienvenida, aunque ellas ni siquiera lo supieran.


"Vagalumens" me dijo Antonio Rezende en ese tácito curso de portugués acelerado, en ese enriquecimiento mutuo de culturas, que busca simplemente facilitar la integración y el entendimiento.




Por fin, la cascada se impuso a mis sentidos; y al sonido, casi estruendo, se sumó la blanca espuma fantasmal a la luz de la luna.


Diminutas gotas, vapor frío, encontraban en mi cara a la anfitriona ideal. Y me encontré, de nuevo, siendo una parte integral de ese momento y de ese espacio.


Sentí, en ese preciso instante, lazos invisibles y sólidos hechos de aire, agua, luz y sonido que me invitaban, que me hacían un lugar: "descansa y contempla, disfruta". 




El tiempo pasó lentamente hasta que decidimos que debíamos organizar el campamento.


Aproximadamente a un kilómetro río abajo, encontramos el lugar ideal, la Prainha. 


Una pequeña playa de arena dorada donde el río Novo se toma un descanso y fluye con parsimonia.


El agua clara y templada es un bálsamo y no puedo resistirme a un baño nocturno.


Después de montar la tienda hicimos una fogata y al calor  de la leña desgajamos historias, contamos chistes y acomodamos en nuestra mochila de sensaciones las emociones del día.





La mañana siguiente una pareja de Ararás (Papagayos) volaban sobre la floresta "gritando" su nota en la melodía de la selva mientras una familia de Tucanes nos observaba desde la protección de un árbol gigante. 

El río, de nuevo, me envolvió con su agua ahora en calma, templada y agradable. Y me predispuso tranquilamente para un nuevo día en Jalapão.    

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