domingo, 31 de julio de 2011

Vai Quem Quer


Debo reconocer que cuando Victor me habló del Valle de Vai Quem Quer lo hizo con tanta vehemencia que me propuse, en ese momento, ir a ese espléndido lugar.



Me había anticipado que la distancia era de unos dieciocho kilómetros, pero que se podía reducir si subíamos por el sendero que lleva a la piedra de Pedro Paulo y rodeábamos la sierra en dirección a la vertiente oeste.



El largo trayecto y lo especial de la zona indicaba que lo más apropiado era pasar una noche acampados, así que empezamos a planificar cúal sería el día más adecuado.


Mientras pasaban los días hasta la fecha que habíamos decidido, fui recopilando información sobre Vai Quem Quer. En realidad los datos fueron apareciendo en el transcurso de diferentes conversaciones que tuve con gente del lugar.

Y con cada novedad que incorporaba a la mochila, el valle se iba tornando más atractivo en mi imaginación.

Asi supe que Vai Quem Quer significa “va quien quiere” y también que en el conocimiento popular el nombre se completaba con Volta Quem Pode…. ¿vuelve quien puede?


La misteriosa coletilla no hizo mas que estimular mi curiosidad. ¿Qué sucedía en ese valle que hacía que las personas que iban no pudieran volver?

¡¡Indudablemente este camino sería todo un reto con un misterio por resolver!!


El sendero comienza en una calle alta de Taquaruçu, luego de cruzar un alambrado, y de inmediato nos internamos en el “mato”; una floresta cerrada que me da la impresión de estar en plena selva.



Así de breve es el paso de lo urbano a lo rural, de lo civilizado a lo ancestral, de la luz a la umbría.

El calor de la mañana da paso a la brisa fresca que resuena entre los árboles. 

El sonido me engaña, me hace creer que es el rumor de agua lo que escucho.

El primer trecho es una subida moderada que poco a poco va ganando intensidad y el peso de la mochila se hace sentir. Hago un recuento mental de las cosas que llevo: tienda, saco de dormir, aislante, kit de cocina, comida, agua, ropa…..No, no hay nada de lo que pueda prescindir!!

Así que ajo y agua, y seguir caminando.

De todas maneras es el comienzo y la energía está a tope. Dejo de lado lo que mi cuerpo me dice y me centro en el entorno.

Es una mañana diáfana, sin nubes, y la luz del sol ilumina los colores de la montaña. Las diferentes tonalidades de verde me hablan de la diversidad de la flora.

El aroma es especial y agradable con un ligero sabor dulzón. 




Detengo el pensamiento y dejo a mi cuerpo que tome el mando y casi sin darme cuenta, o mejor dicho, con una incipiente conciencia de lo que me rodea, empiezo a saborear el aire.



Es increíblemente puro y las plantas sólo le aportan su savia vital y el perfume de las flores que me llega en oleadas. La mochila y su contenido hace rato que pasó a un segundo lugar.













Un halcón nos sobrevuela un instante y decide que es buena idea seguir camino. 


Se me ocurre que sólo pasaba para darnos la bienvenida ya que en ese instante llegamos a la piedra de Pedro Paulo.




Es un buen lugar para hacer una parada y disfrutar del paisaje.

Seguimos el camino rodeando la sierra y a nuestra derecha aparece el Vale do Sumidouro donde se encuentra, casi en paralelo a nosotros, la tirolina de Vôo do Pontal. 


Apenas se distingue la plataforma de llegada, y el cable de 1300 metros de longitud es apenas una línea imaginaria.

El sendero discurre por una cornisa donde aparecen cauces secos, huellas sutiles de la temporada de lluvias.


La trilha (sendero) sigue serpenteando y dejamos a nuestra espalda el valle hasta alcanzar la cima de la sierra.

Ante nosotros se despliega una meseta con plantas achaparradas, un poco dispersas, y árboles que nos prodigan su sombra. Un bien escaso ahora que el sol tropical empieza a reclamar su territorio en un bosque poco tupido.



A medida que avanzamos Arasatuba se perfila como un excelente guía explicándonos los diferentes árboles y cuáles de sus frutos son comestibles o tienen propiedades medicinales.





El camino recorriendo la meseta es agradable hasta que llegamos a una zona de incendio forestal, en ocasiones producto de una malentendida “limpieza” o para la utilización de los árboles muertos.




Da pena pensar en los árboles desaparecidos y en la degradación del suelo y en los animales que han podido morir o que ven cada vez más reducido su hábitat.

Sin embargo la vida no se rinde y planta cara a la adversidad y la respuesta suele ser verdaderamente bella.

El verde claro de un brote o la curiosa arquitectura de una flor silvestre revelan la inmensa capacidad de recuperación de la madre tierra que nos empeñamos en poner a prueba.


Abocamos a un camino y a nuestra izquierda un inmenso árbol nos ofrece su sombra, es la señal que esperábamos para el almuerzo.

El descanso es sólo de unos minutos, suficiente para recuperar energía.

Seguimos la marcha, hace mucho calor y nuestras etapas se miden según la sombra que podemos encontrar, que es bastante escasa.

Me juro que la próxima vez que haga este trayecto será con la agradable compañía de las estrellas y la brisa fresca propia de Taquaruçu.

En el ultimo kilómetro Vai Quem Quer nos recibe con una empinada bajada y al pie de ésta, una vertiente de agua mineral cristalina.

No puedo, no quiero, no debo evitarlo….. y sin pensarlo dos veces dejo la mochila al borde del camino y me meto en la poza natural con ropa y todo. Solo las botas se salvan.

En ese momento soy feliz como un niño, soy vagamente consciente de mi aspecto y me da igual.

Acerco la cara a la pequeña cascada y bebo con ganas esa agua perfecta.

Poco más de doscientos metros y estamos en la zona de acampada, a la orilla de un río donde el rumor del agua nos adelanta la existencia de varias cachoeiras (cascadas).



El fuego no se hace esperar mientras montamos las tiendas y las hamacas (redes), que nacieron en la Amazonia de la mano de los indígenas y que hoy es un elemento inseparable de los brasileños.




Cada uno/a de nosotros/as aportamos lo que llevamos en la mochila y la cena tiene todos los ingredientes de un buen campamento.

La mañana siguiente, con la luz dorada del sol, Vai Quem Quer, nos enseño sus secretos de cascadas y pozas naturales y descubrí por qué solo vuelve quien puede.

Sencillamente porque el valle te cautiva con un abrazo sutil pero tenaz de floresta vírgen, árboles milenarios y aguas cristalinas.


¿Quién querría volver de allí?

sábado, 30 de julio de 2011

El reino de las vagalumens

La llegada a la Cascada La Velha difícilmente hubiera podido ser mas mágica.


El camino nos había dejado bastante claro que sus tiempos eran diferentes, así que cuando nos encontramos frente al arrollador caudal del Río Novo, la noche ya era un manto de estrellas.




La luna llena bañaba de plata todo alrededor y confería al entorno la esencia de los sueños donde  cada sombra  era un personaje.


El rumor del agua era el guía perfecto, señalando la dirección con la tenacidad de lo eterno, con la indulgente paciencia del sabio que valora el camino casi tanto como el destino.


Diminutos puntos de luz participaban de la noche con un ritmo propio, en una coreografía de cuerpos suspendidos. 


"Luciérnagas", medio grité y me emocionó la sencillez de la bienvenida, aunque ellas ni siquiera lo supieran.


"Vagalumens" me dijo Antonio Rezende en ese tácito curso de portugués acelerado, en ese enriquecimiento mutuo de culturas, que busca simplemente facilitar la integración y el entendimiento.




Por fin, la cascada se impuso a mis sentidos; y al sonido, casi estruendo, se sumó la blanca espuma fantasmal a la luz de la luna.


Diminutas gotas, vapor frío, encontraban en mi cara a la anfitriona ideal. Y me encontré, de nuevo, siendo una parte integral de ese momento y de ese espacio.


Sentí, en ese preciso instante, lazos invisibles y sólidos hechos de aire, agua, luz y sonido que me invitaban, que me hacían un lugar: "descansa y contempla, disfruta". 




El tiempo pasó lentamente hasta que decidimos que debíamos organizar el campamento.


Aproximadamente a un kilómetro río abajo, encontramos el lugar ideal, la Prainha. 


Una pequeña playa de arena dorada donde el río Novo se toma un descanso y fluye con parsimonia.


El agua clara y templada es un bálsamo y no puedo resistirme a un baño nocturno.


Después de montar la tienda hicimos una fogata y al calor  de la leña desgajamos historias, contamos chistes y acomodamos en nuestra mochila de sensaciones las emociones del día.





La mañana siguiente una pareja de Ararás (Papagayos) volaban sobre la floresta "gritando" su nota en la melodía de la selva mientras una familia de Tucanes nos observaba desde la protección de un árbol gigante. 

El río, de nuevo, me envolvió con su agua ahora en calma, templada y agradable. Y me predispuso tranquilamente para un nuevo día en Jalapão.    

miércoles, 27 de julio de 2011

Caminando sobre nubes

Quizás la expresión no es la más acertada si tomamos en cuenta que la experiencia la tuve en una vertiente cristalina de agua.

Aunque el nombre vulgar de este fenómeno geológico sea Fervedouro (hervidero, en castellano) el agua que fluye directamente de la tierra no es agua
caliente como es el caso de los geisers.

Usualmente, los fervedouros se encuentran enclavados en la selva rodeados de una vegetación exuberante.


Los bananeros, buruties y el típico arbusto bajo de el cerrado rodean el circulo casi perfecto de agua cristalina que sólo rompe la simetría para darle paso al arroyo que desemboca en algún río cercano.

En realidad se trata de agua templada en la que es muy agradable tomar el baño, aunque el sol se encuentre oculto por el follaje.

Lo verdaderamente increíble es la sensación de ingravidez que se siente al entrar en el área
directa de influencia de la vertiente. De tal manera que es imposible hundirse.


La experiencia es fantástica. Realmente me da la sensación de estar sobre una nube al intentar desplazarme.

El caudal de agua que fluye de la abertura es uniforme y genera en la arena del fondo, blanca y extremadamente fina, un movimiento similar al de agua en ebullición.

La primera vez que entré en uno de ellos la sensación que tuve fue difícil de comprender y más aún de describir.

E intenté construir en mi mente una forma de explicarlo, careciendo de información científica.

Alrededor del la zona donde el agua efectivamente fluye, el suelo de arena fina es sólido y permite caminar sobre él. Es agradable verme los pies mientras avanzo en dirección al centro de la vertiente!


Existe otro círculo, que no es necesariamente concéntrico, y que
constituye una especie de embudo. Es el lugar por donde el agua sale a la superficie.

Este espacio tiene paredes que no son rectas, sino mas bien inclinadas, y que no son visibles a simple vista debido a la arena en suspensión.


Caminar hacia el centro supone abandonarse a lo desconocido, una especie de temor excitado (¿existirá ese término?) me recorre el cuerpo.

Sólo sé que no quiero perderme la experiencia aunque no sé verdaderamente en qué consiste.

Al final, como en otras ocasiones, me dejo llevar por la motivación de aprender y experimentar y doy un paso que se me antoja enorme.


Siento que me hundo y vuelvo a flotar, la arena se arremolina alrededor de mis rodillas, pero intuyo (mas que siento) que debajo mío no hay nada, salvo el agua.

La sensación es impactante ya que no hay de dónde agarrarse!!!

No tengo ni idea del tamaño del orificio por donde fluye el agua, sólo siento que una corriente ascendente me impulsa hacia arriba de manera sutil e impide que mis pies toquen algo sólido.

Está bien por hoy y en adelante visitaré otros fervedouros por la zona, pero esta ocasión es única.

Fue uno de esos momentos en que me he enfrentado a una nueva experiencia, un espacio donde el temor o la desconfianza debe dejar paso a la curiosidad y al ansia por conocer.
En definitiva es darme permiso para avanzar y crecer.

Por suerte la naturaleza tiene reservado estos lugares para seguir sorprendiéndome y yo mantengo la ilusión del niño, que abre los ojos hasta límites insospechados, ante cada nueva invitación a participar del espectáculo de la vida.



domingo, 24 de julio de 2011

Las dunas doradas



Cuando estaba preparando este viaje me interesé en buscar información sobre los lugares que visitaría y una de las personas que me proveyó de una cantidad importante de datos fue Antonio Olmedo.


Típico de él, que ama Brasil y su naturaleza, por cierto, gestiona una web que interesa visitar www.taquarussu.com

Una de las imágenes, que enseguida llamó mi atención cuando leía los folletos sobre Tocantins y sus parques naturales o encontraba webs al respecto, fue sin lugar a dudas las Dunas de Jalapão.


Creo que lo que más encendía mi curiosidad era el pensar la existencia de dunas en un lugar que imaginaba más propio de floresta cerrada.

La verdad es que me resulta estimulante enfrentarme a mi propia ignorancia y vencerla, aunque sea en alguna que otra batalla.


Y sigo corroborando que viajar abre la mente y, en mi caso, me permite ser más tolerante y humilde. Y lucho por aprender y aprehender de las personas, cosas y bichos.


Las Dunas Doradas (lo de doradas es una licencia que me atreví a tomar) se encuentran a los pies de la sierra Espíritu Santo y se nutren de la erosión de esta pequeña montaña de aproximadamente 800 msnm.



Según datos que pude conseguir las dunas crecen a razón de un metro por año aproximadamente.

Aunque no sé la exactitud de esta información, he podido ver, con asombro, la copa de un árbol que apenas sobresalía de una de ellas.
Es más enriquecedor comprender el fenómeno de las dunas viendo en conjunto la imagen de la sierra de Espíritu Santo.


Con aproximadamente 800 metros sobre el nivel del mar, no es su altura lo que más me impresiona sino la extraña coloración qu
e presenta la cara Oeste y que veo expectante desde el 4x4 en movimento.

El sol de mediodía incide verticalmente sobre la sierra y los minerales tiñen una paleta de pintor grandiosa que no debería estar allí, o por lo menos a mi me lo parece.



Es difícil calcular, por la distancia, pero la extensión es enorme; su forma es la de un cono invertido que ocupa toda la altura de la sierra y estimo unos tres kilómetros de ancho.

Aunque se ven espacios similares,
pero mucho más pequeños, como manchas en el verde vital de la floresta.


El fenómeno es interesante, pero no descubriré toda su importancia hasta que suba a la cima del Espíritu Santo.


Quizás, más que cima, se pueda hablar de una meseta que corona toda la sierra.

El sendero se interna reptando, para salvar la pendiente. Por suerte a esta hora el sol baña la cara opuesta y toda la montaña es un gran protector que nos provee de una subida fresca y agradable.



El paisaje va ganando encanto a medida que el horizonte se presenta diáfano merced a la altura.


Sierras similares

en altura a la de Espíritu Santo se divisan a lo lejos.

Una de ellas me llama la atención porque difiere de las otras. Su aspecto peculiar me recuerda una pirámide Maya, de ocre altar de sacrificio.


Las veredas dibujan extrañas corrientes de verde grama, como amplias autovías naturales que cruzan la llanura.



Estas veredas son los lugares donde se acumula el agua en la época de lluvias y son el espacio favorito del burutí que se agrupa dando la impresión de oasis en plena llanura.





La palmera de burutí tiene una especial relación con el agua y son la seña de identidad de las veredas, como gigantes que señalan
el camino.


Del burutí, las manos hábiles de las comunidades quilombolas, extraen un aceite con propiedades medicinales, utilizado desde hace mucho tiempo para tratar heridas o hasta las mordeduras de serpientes, que abundan en la zona.



Los Quilombos eran los poblados donde se refugiaban y resistían los esclavos que huían de los hacendados que los sometían desde 1502, año en que comenzó la "migración forzada" de África a América.


Usualmente se encontraban en la profundidad de la selva (Mato) y estaban fuertemente protegidos.


Leer y escuchar relatos de esa época, contadas por Víctor Fonseca, lector empedernido de esa historia cruel de Latinoamérica, encoge el corazón. Y pone en duda el concepto de humanidad de quienes la vida humana vale según el color de la piel.


Dejo esos pensamientos para otro momento mientras la brisa fresca que peina la ladera del Espíritu Santo me anima a proseguir.


La naturaleza vuelve a mostrarse metafóricamente educativa y me enseña el valor del tesón y la lucha por vivir.

Una planta hunde sus raíces en una piedra y es el vivo ejemplo de que nada es imposible, que la adversidad es sólo cuestión de puntos de vista y que además uno/a puede salir más fuerte y vigoroso/a.


La llegada a la cima no me asombra; esperaba lo que mis ojos me anticiparon y emprendo un nuevo camino que se abre por la meseta en dirección al "Mirante".




Son sólo tres kilómetros lo que me separa de un paisaje lunar de rocas erosionadas, como esculturas prehistóricas que se desgastan lentamente como un tributo a Gea o a la Pachamama, la Madre-Tierra de los aborígenes andinos.

El paisaje es sobrecogedor e impactante y no puedo evitar pensar en el tiempo que la montaña se desgrana mientras el viento moldea y transporta su esencia.






El resultado es increíblemente bello, aún a la distancia. A lo lejos, quizás tres o cuatro kilómetros se extienden las Dunas de Jalapão, doradas como el sueño de Midas.




El viento sopla con fuerza en el mirador, como empujándome a retroceder para ocultar su desnudez de siglos.


Algunas rocas parecen más resistentes al agua y al viento y forman esculturas desiguales que semejan torres derruidas.






Dejando volar la imaginación el conjunto parece un enorme tablero de ajedrez donde algunas piezas siguen caídas mientras otras resisten el asedio.


Entre los colores predominan el ocre, el blanco y el rojo, característico de esta zona, mientras la flora del Cerrado, que envuelve al Espíritu Santo, tiende su manto protector de varias tonalidades de verde.




Como todo regreso (¿os habéis dado cuenta?) el camino hacia el coche resultó mucho más corto y me tiré de cabeza a beber agua fresca que guardábamos en una providencial caja isotérmica.


Me di cuenta que estaba ansioso por conocer la segunda parte de este drama natural. Caminar y vivir de primera mano la sensación de hundir los pies en las doradas arenas de Jalapão.


Pocos kilómetros más adelante y rodeando la sierra encontramos el acceso hacia las dunas.


Las huellas de neumáticos son serpientes gemelas de arena, que nos h
ace el complicado avanzar. El 4x4 se desliza y arremete,casi con furia y, a veces, con desgana.

El paisaje cambia y ya he perdido la cuenta de las sorpresas que Jalapão me ha regalado.


Una llanura de hierba seca, llena de "siempre vivas" o jalapa, que ofrece rayos amarillos y en el extremo pequeñas bolitas. Una representación a escala del universo realizado por un niño para la clase de ciencias.


Los nidos de cupins engañan a simple vista y dan la impresión de ser estrellas fugaces que decidieron caer todas juntas.



Grises rocas de mentira casi huecas por dentro que alojan comunidades multitudinarias de este insecto que se alimenta de madera.


Pero eso es sólo el comienzo. Mas allá un lago, tan azul como el cielo, refleja la plana silueta de la sierra mientras las palmeras lo rodean como caminantes sedientos.


El entorno es maravilloso, como Arasatuba suele decir, y mi cámara dispara sin descanso en un intento vano de guardar el momento. Mañana el contexto será similar pero nunca será el mismo cuando mi sombra y mi corazón fueron parte de él.


Las dunas están frente a mí y la rodea un arroyo poco profundo de agua cristalina y tibia que aún así me refresca.

Los reflejos resaltan el dorado-anaranjado de la montaña de arena y para mi sorpresa mis pies resisten la temperatura que el sol ha volcado generosamente sobre la ondulada superficie.



Camino hacia la cima siguiendo la huella de otros antes que yo, y me adentro, paulatinamente, en un paisaje propio de un desierto que apenas conozco por relatos de amigos.


La tarde cae suavemente y el sol arranca destellos al agua y a la arena.

Me siento al borde de la duna y ya el calor no sofoca sino que es un agradable compañero tibio y amigable gracias a una brisa suave que diseña líneas
serpenteantes.

Respiro profundamente y me integro con el lugar. El tiempo toma otra dimensión y ya no es fuente de prisa, de manecillas que giran veloces, de dígitos casi invisibles que mutan.


Mi corazón se acompasa con el corazón de la tierra y ya no soy un extraño sino un viajero que ha tardado mucho en venir pero que es bien recibido.