El Parque Estadual do Jalapão se encuentra al Este del estado de Tocantins y con 158.885 km2 fue creado en el año 2001 con la finalidad de proteger y conservar una amplia extensión de Cerrado o, también denominada, Sabana Tropical.
Las sierras que “salpican” la orografía de la zona, le proporcionan a Jalapão un curioso marco donde extensas llanuras dan cobijo a la amplia biodiversidad.
El Cerrado es, posiblemente, uno de los biomas más ricos del planeta en especies. Lamentablemente también es uno de los más amenazados ya que solo presenta un 2,5% de su superficie en unidades de conservación de protección integral.
Otro dato triste: se estima que mas del 50% de la vegetación nativa se ha perdido junto con una biodiversidad imposible de calcular.
La acción humana es, en la mayoría de los casos, la causante de la pérdida de vastas extensiones debido a las actividades agropecuarias y la crianza de ganado.
Afortunadamente la región de Jalapão es considerada una de las zonas de cerrado mejor conservadas de Brasil.
La carretera To-255 es una cinta roja con riberas verdes que serpentea caprichosa y se interna decidida en la región. El camino es difícil y en ocasiones bastante duro: arena, tierra y piedras sueltas. El 4x4 es un caballo brioso que sortea como puede las trampas de arena.
Jalapão me recibe y pronto descubriré que sus brazos abiertos son fuertes y duros, en ocasiones asfixiantes.
Sin embargo su actitud es amigable, ofrece toda su grandiosidad de aguas cristalinas, sierras y dunas doradas sin reservas.
Da todo, y solo pide un pequeño cortejo con movimientos sensibles de andar pausado y paciencia expectante.
La brisa suave marca el ritmo cuando me bajo del coche a sacar fotos, el oído y la vista atentos, no es inusual percibir animales y eso me alegra el día.
A pocos kilómetros de Ponto Alto descubrimos un lugar oculto al/la visitante. Un estrecho cañón, producto de la incansable labor de la erosión, descansa fuera de la vista.
Un pequeño arroyo, en la temporada seca, discurre placenteramente con la primera agua cristalina con la que me cruzo. Las paredes del cañon apenas supera los cinco o seis metros, pero la fresca umbría que propone es un grato alivio al bochornoso día.
Finas cortinas de agua descienden por las raíces de árboles y plantas que crecen a la orilla de la depresión y me dan a conocer vertientes que no imaginaba y que enriquecen el pequeño caudal.
La imagen es preciosa. Las sombras y las luces le dan al lugar el aspecto de algo antiguo y salvaje; lejos de la incidencia humana. Sin embargo soy la prueba de lo contrario y mi cámara registra los ecos de épocas ancestrales, el rumor del agua virgen y cristalina es el marco sonoro ideal.
Ya conozco uno de los secretos de Jalapão. Esconde como un guardián celoso, tras su aspecto desértico, el milagro del agua.
Su vasta extensión comienza a tener un nuevo significado que supera mis expectativas y poco a poco soy consciente del entorno.
Dejo que la sensibilidad ocupe el espacio que le corresponde, porque este lugar es un espacio de sensaciones a flor de piel, de aromas, de movimientos fugaces en la floresta, de la luz jugando a atrapar las sombras, del viento despeinándome el pelo mientras lo aspiro a borbotones.
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